
Mística, tango y Boedo.
El 25 de julio de 1995 fallecía Osvaldo Pugliese, pianista, compositor y director de orquesta que no solo dejó un legado musical inmenso, sino que además se convirtió en mito protector del arte argentino. A tres décadas de su partida, su figura sigue viva: en las estampitas que circulan entre músicos, en los rituales previos a cada estreno teatral, y en la memoria de barrios como Boedo, donde el tango sigue siendo raíz y presente.
Hablar de Pugliese es hablar de tango, pero también de resistencia, compromiso y comunidad. “La Yumba”, quizá su obra más emblemática, condensa esa potencia rítmica que electrizó a generaciones. Sin embargo, su trascendencia va más allá de lo estrictamente musical. En camarines, estudios de grabación y escenarios de todo el país todavía se escucha ese rezo colectivo: “Pugliese, Pugliese, Pugliese”. Un conjuro entre superstición y homenaje que lo consagró como “patrono de los músicos”.
En Boedo, ese eco resuena de manera especial. El barrio supo ser cuna de intelectuales, escritores y artistas populares, y el tango fue siempre parte de su pulso cultural. No es casual que Pugliese sea recordado allí como uno de los grandes emblemas de la música ciudadana. La tradición de cafés notables, clubes sociales y escenarios de tango mantiene un puente vivo con su legado. De hecho, varias milongas y espacios culturales de Boedo aún invocan su nombre, reforzando esa identidad de barrio donde el tango no es solo recuerdo, sino práctica comunitaria.
El mito de Pugliese “antimufa” se consolidó a partir de anécdotas que circulan entre artistas. La más célebre ocurrió en los noventa, durante un recital de Charly García en el que, ante un problema técnico, alguien puso un disco de Pugliese y todo volvió a funcionar. Pero mucho antes, su militancia y compromiso social ya habían tejido la idea de un hombre que enfrentaba la adversidad. En los años treinta impulsó el Sindicato de Músicos, se afilió al Partido Comunista y sufrió persecuciones y encarcelamientos. En respuesta, sobre su piano siempre colocaba un clavel rojo, gesto de resistencia que en Boedo –barrio de larga tradición obrera y militante– encuentra una resonancia particular.
La devoción que inspira hoy llega a niveles insólitos: estampitas con su rostro se venden en línea por cifras que rondan los 15 mil pesos. En ellas se lee una oración que combina mística y humor: “Protégenos de todo aquel que no escucha. Ampáranos de la mufa de los que insisten con la patita de pollo nacional…”. Entre risa y fe, la fórmula condensa lo que Pugliese representa: un artista entrañable, cercano, cuya figura protege y une.
Nacido en Villa Crespo en 1905, Pugliese creció entre músicos. A los quince años ya tocaba en bares, hasta que en 1939 logró fundar su propia orquesta. Con ella recorrió más de medio siglo de escenarios, grabó 600 temas y dejó un repertorio de 150 composiciones propias. Su trayectoria lo llevó desde cafés modestos a escenarios monumentales como el Teatro Colón, pero nunca perdió la sencillez. En sus vacaciones en Mar del Plata se lo veía relajado, sonriente, compartiendo momentos familiares, lejos de toda pose de celebridad.
En Boedo, donde la historia cultural del barrio se entrelaza con la de figuras como Homero Manzi, Raúl González Tuñón y tantos otros, Pugliese encarna la continuidad de una tradición popular que se resiste al olvido. Su música todavía suena en bares y clubes, y su nombre se levanta como estandarte de una identidad barrial que abraza al tango como forma de vida.
Treinta años después, la certeza permanece: Pugliese no se fue. Sigue en cada estampita guardada en una billetera, en cada músico que lo invoca antes de tocar, en cada vecino de Boedo que reconoce en él un símbolo de arte, compromiso y mística. En definitiva, Osvaldo Pugliese sigue siendo, para la ciudad y para el barrio, un talismán protector de los sueños colectivos.