
El arte transforma la curva de Díaz Vélez.
Revitalizar un espacio urbano es mucho más que pintar una pared: es devolverle memoria, identidad y sentido de pertenencia a un barrio. Eso es lo que ocurrió en la curva de Díaz Vélez, entre Bustamante y Bulnes, donde el Grupo Artístico de Boedo plasmó un mural de más de 300 metros de largo que rinde homenaje a la historia, la cultura y la cotidianeidad del Abasto y Almagro.
La obra combina fileteados porteños con elementos icónicos de la zona: el antiguo Mercado Proveedor, Luca Prodan, Carlos Gardel, y también figuras que forman parte de la cultura popular nacional, como Diego Maradona, el mate y el tango. “Un mural de esta extensión produce una transformación intensa en el barrio, eso es lo que nos motivó”, señalan sus autores.
Fundado hace más de diez años por vecinos, hinchas de San Lorenzo y artistas locales, el Grupo Artístico de Boedo ha desarrollado casi 150 trabajos en distintos puntos de la ciudad y el exterior, desde esquinas de Almagro y Boedo hasta murales en Uruguay y España. Su trayectoria fue reconocida por la Legislatura porteña con la declaración de Interés Cultural y plasmada en el libro Santos Murales, que repasa su producción. Hoy, su sede en Las Casas 4047 funciona como taller, espacio de formación y punto de encuentro para actividades sociales vinculadas al arte urbano.
La curva de Díaz Vélez, lindante con el Parque de la Estación, había sido históricamente un espacio poco transitado, oscuro y descuidado, con acumulación de basura y paredes frecuentemente pintadas con cal o cubiertas por grafitis y propaganda política. Durante años, la única intervención estable con sentido comunitario fue un mural de la Asamblea de Plaza Almagro que reivindicaba el Corredor Verde del Oeste.
La recuperación de la zona comenzó en 2021 con plantaciones comunitarias en los canteros del parque, mejor iluminación y la colocación de bancos de madera y cemento, todo impulsado por los vecinos y coordinado con la Comuna 5. En 2022, en conmemoración de los 40 años de la gesta de Malvinas, se realizó un homenaje a los excombatientes con obras en la escalera de Bustamante y una placa recordatoria. Hoy, el mural del Grupo Artístico de Boedo se integra a este trabajo previo, consolidando la identidad barrial y ofreciendo un espacio para la vida cotidiana.
“El primer desafío fue la pared en sí: estaba muy vandalizada y en mal estado por años de pintura a la cal. Tuvimos que adaptar la técnica y el diseño al material, trabajando con pincel y fragmentos de imágenes para transmitir sensaciones más que reproducciones completas”, cuenta Matías, integrante del grupo. La elección de fragmentos, como la camiseta y el número 10 de Maradona o el mate, buscó reforzar la conexión emocional con la identidad del barrio y la cultura argentina en general.
El mural también dialoga con los elementos urbanos incorporados por los vecinos: los bancos no solo embellecen el espacio, sino que invitan a sentarse, contemplar y apropiarse del lugar. La coordinación entre artistas y vecinos fue clave, ya que muchas historias del barrio salieron a la luz durante el proceso: recuerdos de la reinauguración del Abasto, anécdotas de bares y encuentros culturales, testimonios que enriquecieron la experiencia artística y fortalecieron la relación entre la obra y su entorno.
Para ejecutar la obra, el Grupo Artístico de Boedo convocó a otros muralistas, conformando un equipo de más de una docena de artistas que trabajaron en armonía durante varias semanas, desde fines de diciembre hasta los primeros días de enero. “Encontramos una dinámica que permitió avanzar rápido y mantener un estilo unificado, gracias al fileteado que actúa como conector visual en los 300 metros de mural”, explica Julián, otro de los muralistas.
El resultado es una intervención que no solo transforma visualmente la curva de Díaz Vélez, sino que también refleja la historia, la identidad y la vida cotidiana del barrio. Cada tramo del mural contiene fragmentos de memoria colectiva, homenajes a figuras icónicas y pequeñas historias que los vecinos transmiten mientras observan cómo su entorno recupera color, sentido y vitalidad. “Son historias mínimas que salen a la luz a partir de lo que pintás. Es algo mágico cuando pasa eso”, concluye Julián, describiendo la magia de un mural que va mucho más allá de la pintura: un verdadero acto de amor por el barrio.