domingo, junio 16

Una vuelta más: el fenómeno de las calesitas porteñas

 

En las 15 comunas hay 55 de forma distribuidas y se pueden ir y utilizar todo el año. No te quedes sin ir a estos monumentos barriales y mucho menos prohíbas a los más chicos el disfrute de estos carruseles.

Los carruseles de la Ciudad combaten al tiempo con su danza en círculos y despiertan la alegría de los más pequeños. Son 54 las calesitas que están en las comunas porteñas, desde las más antiguas hasta las más actuales. Son muchas las historias que guardan estos monumentos que están en los barrios, mantienen una tradición familiar intacta. Por ejemplo, “la calesita de Tito”, ubicada en la Plaza Arenales de Villa Devoto que actualmente tiene 80 años. Santiago Funes la recuerda con mucho afecto ya que su abuelo lo llevaba, hoy él va con sus hijos. “Siempre me encantó ir; luego llevé a mis hijas y ahora a mi bebé de un año. La plaza, la calesita, la sortija y todo lo que eso implica generan una interacción muy linda de socialización para los nenes”, indicó.

Gracias a la ley que se oficializó en 2015, se ajusta el funcionamiento y la instalación de las calesitas en el área pública de la Ciudad en referencia al uso de los espacios verdes y condiciones de seguridad que tienen que cumplir estas instalaciones. La legislación cuida el respeto a los valores estéticos, históricos y culturales en donde fueron declarados Patrimonio Cultural en el marco de la Ley 1227.

El secretario de la Asociación Argentina de Calesiteros, Carlos Pometti, expresó que esta ley permitió trabajar en conjunto con el Gobierno para darle una protección y para incitar la instalación de calesitas y promover el uso. Se refaccionó la calesita del Parque General Paz, con accesos gratis y administrado por el Museo Saavedra. “Allí hay juegos especiales, copiamos piezas de fotos del Archivo General de la Nación representando escenas de la época colonial incorporando un carrito de aguatero y otras diligencias”, comentó Pometti.

El trabajo del calesitero es importantísimo. Juan Pablo Couto, cuarta descendencia de una familia de calesiteros insistió en que la actividad es tradición y vocación: “Para nosotros no es un trabajo sino un estilo de vida, que en nuestro caso heredamos de nuestro bisabuelo”.

“A los padres les gusta que los chicos vayan a las calesitas y los traen por recuerdos propios a los mismos juegos a los que ellos se subieron en su día”, indicó Pometti. Además, añadió: “Creo que por más avances tecnológicos que puedan aparecer, lo que prima acá es la imaginación, que no deja de estar presente siempre que un nene se sube a una calesita. Eso es lo que las hace tan vigentes”.

En el pasado Marina Luna iba de chica junto a su madre a la Plaza Barrancas de Belgrano donde actualmente va con su hija Celeste. “Cuando los nenes todavía no caminan, dar la vuelta es una linda experiencia y compartir ese momento es especial”, señaló. “Ahora que creció, a Celeste le gusta la sortija, por la vuelta gratis, y a mí me divierte que a veces mezclan canciones de nuestra generación, ochentosas, como la música de los Parchís, con las de La Granja de Zenón”, expresó.

Los carruseles están dentro de la memoria de la Ciudad con una consecuencia cultural, razón por la que se promueve su proyección y actividad para las futuras generaciones.

Colaboración: Lautaro Bracaccini
Fotografía: Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires